“LAS GRÚAS”, RENACENTISTAS: NORIAS FLUVIALES DE EL CARPIO

 


El Consejo de gobierno de la Junta de Andalucía, acordó la declaración, mediante decreto, de Bien de Interés Cultural, con la categoría de monumento, del complejo hidráulico carpeño tradicionalmente denominado "Las Grúas", considerando la importancia de esta edificación del siglo XVI, quizás la más importante en su género de la provincia de Córdoba, y una de las pocas que quedan en toda la península, construida en la margen izquierda del Guadalquivir para proporcionar agua a los cultivos circundantes. La declaración de BIC, incluyó una zona de protección de 18,6 hectáreas, que abarca tanto las acequias, como las ruinas del antiguo castillo de Alcocer, la Ermita de San Pedro, y otros espacios fundamentales para la adecuada percepción visual del monumento.

El propio Decreto de la Junta, describe este edificio, como “Conjunto compuesto de una construcción principal o edificio de norias, con 3 ruedas hidráulicas, una presa de 120 metros de recorrido dispuesta transversalmente al cauce del rio, para derivar agua hacia las ruedas, y un sistema de distribución y almacenamiento, a través de acequias y albercas”.

El edificio de norias es de planta cuadrada, de 12,5 metros de lado, sustentado por 4 bloques paralelos de mampostería, entre los que discurría el agua que hacía girar las ruedas. La presa se encuentra construida a base de piedras y de argamasa cimentada en el propio substrato del rio. El sistema de distribución, parte de un acueducto de doble arcada de ladrillos que conducía el agua hacia una compleja red de canales y albercas, en torno a los restos del antiguo castillo de Alcocer.

Pero sin duda, aun siendo unas de las norias fluviales más conocidas de la provincia, en lo que al Guadalquivir se refiere, sin embargo existen todavía numerosas lagunas históricas sobre diferentes aspectos relevantes de estas edificaciones fluviales establecidas en la segunda mitad del siglo XVI, conocidas hasta el siglo pasado con el nombre de «Las Grúas» y de las que, como queda dicho, todavía hoy subsiste el edificio que las soportó, junto a la ermita de San Pedro y los restos del castillo de Alcocer (primitivo emplazamiento de El Carpio durante época islámica).

 Diversos han sido los autores que las han descrito, pero unos y otros, proporcionan noticias contradictorias sobre la fecha de su edificación y el ingeniero que dirigió las obras; mientras Muñoz Vázquez afirma que fueron construidas entre 1561 y 1568, Madoz afirma que lo fueron en 1563 y Miñano en 1565, variación que puede ser debida al tiempo que tardaron en acabarse las obras; además, mientras Muñoz Vázquez declara que las labores fueron dirigidas por Juan de Ávila, Tomás López dice que lo hizo un ingeniero napolitano llamado Ambrosio Mariano de San Benito. En cualquier caso, todos los autores se muestran de acuerdo en datar la obra en el tercer cuarto del siglo XVI.

Los datos más detallados sobre la construcción del complejo, son los de Muñoz Vázquez, que afirma ser el primer marqués Diego López de Haro, quien mandó edificar a orillas del río, la presa y 3 azudas en un sólido edificio de piedra molinaza de 17 m. altura, teniendo cada azuda una gigantesca rueda de hierro de 16 metros de diámetro, e indica a continuación, como antes se expresa, que el venerable Juan de Ávila, gran amigo del marqués, y que se hospedaba en esos días en su palacio, fue quien dirigió la mayor parte de las obras, comenzando su construcción en el verano de 1561,terminándose en 1568.

 Este comentario de Muñoz Vázquez, nos adentra en una de las cuestiones relativas a Las Grúas, que consideramos aún no suficientemente aclaradas, y con datos contradictorios como ya hemos indicado, cual es el de la autoría de este ingenio hidráulico.

Al respecto, y una vez consultado el Informe de 1792, remitido al geógrafo Tomás ­López, por el entonces párroco de la villa, consideramos suficientemente documentado el nombre del autor de la fábrica de las grúas. Este informe menciona a don Ambrosio Mariano de San Benito, natural de Bitón, en el reino de Nápoles, capitán de ingenieros, teólogo en el Concilio de Trento, y llamado por Felipe II.

Para confirmar y esclarecer la veracidad de esta autoría, hemos investigado primero sobre la personalidad, de este Fray Ambrosio, y posteriormente sobre las actuaciones del Padre Juan de Ávila, en los años en que se construyeron las grúas. Más adelante nos extenderemos sobre ello.

Ahora interesa destacar que las Grúas continuaron funcionando durante el s. XVII aunque solo contamos con testimonios abundantes sobre su uso a partir de finales del siglo XVIII. En 1775 el viajero británico Swinburne da la noticia de que en El Carpio existía «un ingenio moro con tres grandes ruedas, que saca agua a una gran altura, que  contribuye a enriquecer un gran llano», testimonio que es repetido por Dalrymple en 1777, Townsend en 1786 y Ponz en 1791.

Pero prosiguiendo con estas descripciones del edificio, volvamos sobre la antedicha referencia proporcionada en 1792 por Tomas López en su Diccionario Geográfico quien dice, refiriéndose a El Carpio:

 «igualmente se conserva otro edificio de obra muy fuerte fundado en las márgenes del río dentro de sus aguas, que llaman el edificio de Las Grúas, el cual se edificó en el siglo decimosexto por don Ambrosio Mariano de San Benito, natural de Biton en el reino de Nápoles, capitán de ingenieros [..] la dicha fábrica tiene tres ruedas en su canal con su aguatocho, las que con sus vueltas recogen las aguas de sus corrientes y las suben arriba derramándolas sobre una atarjea por la que corren y se riegan 20 huertas [...] saca cada rueda en coda vuelta 68 arrobas de agua y gasta en dar una vuelta poco más de un minuto; tiene cada rueda de alto 15 varas, el de cada una para hacerla de nuevo, con madera, hierro y manos asciende a 50.000 reales, su duración alarga a 18 años; es obra muy celebrada por la magnitud de dichas ruedas, la mucha agua que sacan y la obra tan fuerte de dicho edificio».

 Este informe se debe a Bartolomé González Cavello y está fechado el 25 de agosto de 1792. Y de 1794 es el realizado por José Martínez de Mazas, quien hablando del relieve y clima de la provincia de Jaén, hace también referencia a ellas cuando asegura que «nuestras campiñas no se hallan con superficie proporcionada para que ni el Guadalquivir ni otro rio cualquiera que sea las pueda bañar. Tómense las medidas que se quieran por los ingenieros del mundo, siempre será obra muy costosa y poca útil el sacar las aguas de este rio, a no ser por medio de grúas, como en El Carpio, y esto para regar algunas huertas».

Otras referencias proceden del siglo XIX. En 1826 Miñano puntualiza que a corta distancia del pueblo se construyó, año de 1565: “una presa y máquina hidráulica de tres ruedas o grúas que elevan y sacan agua del rio, a 17 varas sobre su nivel, el agua suficiente para regar 170 fanegas de tierra»; y en 1847 Madoz se refiere a ellas cuando escribe sobre El Carpio que «el terreno es arcilloso y le fertilizan en parte las aguas del Guadalquivir, por medio del célebre artefacto de las grúas, consistente en unas ruedas o máquinas de 68 cajones, cuyo diámetro será de unas 16 varas; cada cajón recoge litro y medio de agua, tiene de coste de 18 a 20.000 reales y da media vuelta por minuto; la obra se hizo el año 1563 y su solidez es tal que no ha sido necesario ningún reparo a pesar de las avenidas que han ocurrido desde entonces”; en otro lugar dice «las llamadas grúas de El Carpio fueron construidas en 1568 y  tres azudas en un solidísimo edificio para sacar agua del rio a 17 varas sobre el nivel; tiene cada rueda 53 pies de diámetro y suministran agua para regar 26 huertas, y algunos olivares». En 1851 las Grúas vuelven a aparecer mencionadas por Mellado, quien afirma «lo único que nos llama la atención fue una máquina hidráulica nombrada Las Grúas, para regar las tierras, compuesta con tal solidez que desde el siglo XVI en que se fabricó no fue necesaria ningún reparación»; y en 1895 por Luffmann quien la describe diciendo «unas pesadas ruedas de agua, de ochenta pies de diámetro, sacan agua del rio y la distribuyen en un ancho llano, que en tiempos de moros era un vasto y bello jardín".

Esta última cita, datada a fines del siglo pasado, evidencia que Las Grúas seguían en funcionamiento a principios del siglo XX; de hecho, Muñoz Vázquez afirma que «yo vi muchas veces como sacaban el preciado líquido del generoso rio […] pero aquellas gigantescas norias se desmontaron so pretexto de la necesidad de más agua», lo que evidencia que las norias debieron ser desmontadas por las décadas centrales de la actual centuria, pues a principios de los años sesenta (la fecha de edición de su libro es 1963) Muñoz Vázquez se refiere a ellas como ya desaparecidas.

No conservamos ninguna descripción expresa de dichas norias pero las referencias que poseemos sobre ellas desde el siglo XVI y que acabamos de mencionar son lo suficientemente indicativas pues, al hablar de componentes de hierro y de madera, atribuirles un diámetro de 16 m. y 68 cajones con capacidad de una arroba de agua cada uno, evidencian que dichas norias pertenecieron, al menos durante los dos últimos siglos, al modelo de noria fluvial realizada en hierro forjado del que todavía se conservan algunos ejemplares sobre el Genil, como la rueda de Jauja, en término de Lucena.

Pero, en realidad ¿cuál era el contexto del momento en que edificaron las Grúas?

En el siglo XVI en España estaba muy extendido el uso de molinos hidráulicos. También se utilizaban otros tipos de molinos, entre ellos los manuales o "metates", los de mareas o los famosos molinos de viento.

Los técnicos españoles de este siglo estuvieron muy interesados en ingenios mecánicos, por lo que se registraron muy variadas patentes con este fin, algunas para su utilización en España y otras, para su empleo en los nuevos territorios americanos.

Debido a la estacionalidad de las corrientes fluviales en España, los molinos más extendidos inicialmente fueron los de "rodezno", es decir, molinos de rueda horizontal que giraba alrededor de un eje vertical.

 Como la molienda por media de molinos de rodezno con canal era poco eficiente necesitaba mucha agua, se utilizaron diversos mecanismos, principalmente cubos de presión y molinos de regolfo para aumentar la velocidad del agua en el rodete.

 También se utilizaron molinos de rueda hidráulica vertical, tanto de paletas como de ruedas de cangilones. Sin embargo, debido a sus requerimientos hídricos este tipo denominado "aceña" sólo pudo instalarse en las principales ríos, como fue el caso de Las Grúas, en el Guadalquivir.

Por su parte, el tráfico mercantil a lo largo del Guadalquivir, entrañaba unas dificultades que perduraron hasta la Edad Moderna, como fue la existencia de derechos señoriales sobre el aprovechamiento de las aguas, al ser frecuente que en los señoríos, se utilizase el agua para mover ingenios tales como molinos y aceñas, así como presas y azudas. Construcciones de esta índole, impedían el paso a las embarcaciones o producían frecuentes accidentes, hasta que diferentes arbitrajes de la Corona de Casilla dieron solución a estas controversias.

 En este contexto y en relación con la evolución de tal situación y en cuanto a los artífices de los ingenios hidráulicos fluviales, hemos de mencionar que en el Renacimiento se produjo un cambio técnico en la innovación de tales ingenios, de forma que los profesionales de la ingeniería pasaron a ser protagonistas de su propio trabajo. Los príncipes reclamaban servicios y los ingenieros vieron mejorar su posición social. Una de las consecuencias fue el nacimiento de la propiedad de las invenciones a través de privilegios reales o sistemas de patentes, como ocurrió con San Juan de Ávila, que obtuvo tales patentes.

Desde el inicio del Renacimiento, el ingeniero trató de asimilarse en su nivel social a los artistas. Los argumentos que esgrimieron para ello fueron la similitud en el carácter liberal de su trabajo, por ser una creación intelectual que le diferencia de los oficios puramente "mecánicos" y la necesidad de una formación matemática para ser ingeniero, etc.

 Es de destacar la alta estimación del ingeniero se dio en la Corona castellana. Ya en la segunda mitad del siglo XV, se pueden citar ejemplos de ingenieros que fueron muy bien considerados por los monarcas y lograron superar los prejuicios que  aún arrastraban por su origen. Esto parece indicar que, al menos algunos ingenieros, no solo gozaban de una cierta posición social, sino que además podían llegar a enriquecerse.

 El caso contrario es de aquellos que se hacían llamar ingenieros, aunque, en realidad, se trataba de artesanos que hacían proyectos de ingeniería, a veces demasiado complejos para sus conocimientos.

 La procedencia social de los ingenieros era diversa. Los había hidalgos, e incluso algunos eran de origen noble. Si no eran nobles de origen, los ingenieros trataban de alcanzar la nobleza, escribiendo libros para el rey, o realizando obras que mereciesen la concesión de algún privilegio de nobleza.

 Algunos ingenieros procedían de la milicia, o, a la inversa, pretendían alcanzar grados militares a través de sus trabajos como ingenieros. En algunas ocasiones, los militares actuaron como ingenieros en obras públicas o en máquinas no destinadas a la guerra.

 Varios fueron los clérigos metidos a ingenieros. Alonso Sánchez Cerrudo capellán de la Casa de Campo de Madrid, actuó como ingeniero hidráulico, instalando los molinos de El Escorial en el edificio que había proyectado para ellos Francisco de Mora. Estos molinos causaron admiración, sobre todo a los extranjeros que los visitaban, ya que eran de un tipo desconocido fuera de España.

El más característico de los frailes- ingenieros fue fray Ambrosio Mariano Azaro de San Benito, de origen napolitano, que intervino como ingeniero militar en la batalla de San Quintín, fue teólogo secular en el Concilio de Trento, importante figura en la corte polaca y Caballero de la Orden de Malta. En las obras hidráulicas que se hicieron bajo el patrocinio de Felipe II, trabajaba como ingeniero sin cobrar nada, como él decía “por amor a Dios y a su rey", cosa que, por supuesto, satisfizo bastante a Felipe II. Y entre ellas, por tanto, fue el autor de la instalación y montaje de las Grúas de El Carpio.

La variedad de la procedencia social de los ingenieros, indica que el oficio era codiciado por toda clase de gentes, sobre todo para trabajar como ingeniero del rey, lo que confería un cierto prestigio social y un envidiable poder.

Pero ¿por qué se llamó a Fray Ambrosio, para la instalación de las Grúas?

Podemos afirmar que su ascendencia en la piadosa corte de Felipe II y su proximidad y cercana residencia al Señorío de El Carpio, influyeron notablemente en la decisión del Marqués de requerir su participación para poner en marcha el ingenio hidráulico de las Grúas.

En efecto, Ambrosio Mariano Azaro y Juan Narduch, ambos napolitanos y eremitas, vivían su vida de oración y penitencia en Sierra Morena en aquel momento, aunque su inquieta vida, les llevó años después, a profesar como carmelitas, cediéndole, a Santa Teresa y a San Juan de la Cruz, una ermita que hacía tiempo les había donado Ruy Gómez de Silva, en la villa de Pastrana, señorío de los Mendoza, y en la que se fundó un convento carmelita descalzo.

 La probada experiencia de Fray Ambrosio, fue considerada por el marqués de El Carpio, sumamente idónea para la magnífica obra de ingeniería que pretendía instalar en sus dominios, con objeto de aprovechar aún más las aguas del Guadalquivir, tras diversas gestiones y concesiones otorgadas para tal fin, especialmente la Real Ejecutoria de 4 de diciembre de 1537, que autorizó su construcción con diversas condiciones, y posteriormente, gracias a la ampliación conseguida por la adquisición de 2 de  Junio de 1552, de las anteriores aceñas y batanes, que habían sido heredadas por la hermana del marqués de El Carpio, y que vendió a éste, para que pudiera acometer la realización de las nuevas norias hidráulicas fluviales.

 Por tanto, este ingeniero, antes militar, ahora religioso ermitaño, se encargó de diseñar, instalar y poner en marcha el nuevo ingenio.

Entonces, ¿cuál pudo ser la intervención de San Juan de Ávila en las Grúas?. Si repasamos la vida del maestro, en los años en que se estuvo realizando la construcción de estas azudas, comprobaremos que desde 1551, Juan de Ávila vivió casi continuamente en la calle de la Paz, de Montilla, en una casa que le proporcionaron los marqueses de Priego, debido a sus enfermedades, y con certeza desde 1555 no volvió a salir de esta ciudad en la que falleció el 10 de mayo de 1569.          No pudo por tanto encontrarse supervisando las obras de construcción de las Grúas.   

Es posible que Muñoz Vázquez, atribuyese las trazas de la obra al Maestro Juan de Ávila, ante la evidencia de la patente que este tenía sobre varios inventos suyos de elevación de agua, concedidos mediante privilegio real.

Así, a partir de 1551y 1552, y según cuatro escrituras públicas existentes en el Archivo de Protocolos de Córdoba, Juan de Ávila consigue ver confirmados sus derechos frente a las pretensiones de Antón Ruiz Canalejo, sobre la invención de cuatro artes para subir agua, que denomina como balanza de cajas, alentador de aguas muertas, suplevientos y prudentes maneras para sacar aguas. Estos derechos de patente lo eran por quince años en Castilla, más una carta de prorrogación real por cuarenta años más. Finalmente el maestro Juan de Ávila otorga licencia a favor de Ruiz Canalejo, para usar de las cuatro artes que había inventado el clérigo, con la condición de pagar “todos los dichos maravedís e intereses y aprovechamientos que por razón de lo susodicho y en cualquier manera habiéredes, sin fraude ni encubierta alguna". Las ganancias que se prometían eran bastante elevadas, hasta unos seis mil ducados anuales, y se establece la forma de repartir estos beneficios entre Juan de Ávila y Antón Ruiz.

 Pero es significativo que en uno de estos documentos de concierto económico y concesión de uso de la patente ofrecida por Ávila a Ruiz, se indica que "por cuanto por ciertas causas, que al servicio de nuestro Señor tocan, es mi intento (el de Juan de Ávila), que por agora no se manifieste que yo, el dicho maestro, soy inventor de aquestas artes". Por tanto, no parece probable que Juan de Ávila pudiese hacer, en contra de ello, pública ostentación de esta hipotética intervención en el levantamientos de las trazas de las Grúas, sin olvidar que el uso de la patente ya había sido cedida a Ruiz Canalejo en las condiciones antes indicadas, ya que el maestro solo pretendía obtener algunos beneficios económicos para sacar adelante los colegios que tenia fundados para la enseñanza religiosa y de gramática, pero con total discreción y sin intervención directa. El estado físico del Santo, al parecer, no le permitía tampoco viajar desde su casa de Montilla. En cualquier caso, sí que queda meridianamente clara la procedencia del derecho de patente por parte de San Juan de Ávila sobre este tipo de ingenios hidráulicos y en consecuencia la obtención del canon y beneficios en la proporción correspondiente al reparto pactado, por la construcción de los mismos.

 Estos son los aspectos históricos que deseaba destacar en este blog, pero el objetivo del mismo, no es sino cooperar a destacar la importancia de esta notabilísima obra de ingeniería, digna de una completa y definitiva restauración y conservación dada la importancia del  monumento y el carácter emblemático para los carpeños, secularmente acreditado.


 

Comentarios

  1. Bueno dias don Julián. Enhorabuena por su blog.En mi novela El último morisco, ( Que saldrá al mercado en noviembre de 2022) existen varias escenas que ocurren en el carpio. En una de ellas, el protagonista, un morisco traído al Carpio desde la lejana villa de Sorbas está trabajando en la construcción de las grúas. Por cuestiones literarias he retrasado la obra a 1571. espero que sabrán perdonar la licencia de este escritor. Si desea que le haga llegar un manuscrito en pdf de la oba hagamelo saber. Atentamente. Diego Ramos diegoramosescritor@gmail.com

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