ESTANCIA DE QUEVEDO EN EL CARPIO

 







 “En Navarra y Aragón 

    no hay quien  tribute un real,

   Cataluña y Portugal

   son de la misma opinión;

  ¡Solo Castilla y León

  y el noble pueblo andaluz

  llevan a cuestas la cruz! ”

Así se expresa don Francisco de Quevedo y Villegas, el insigne escritor, cuando con evidente realismo, reflejaba la situación económica de la península, a la llegada de Felipe IV al trono, en 1621.

Con el nuevo rey, asciende la familia de los Guzmán-Zúñiga y Haro, excluida durante mucho tiempo del círculo más selecto del poder, a causa del predominio de la familia de los Sandoval en el valimiento del anterior monarca Felipe III.

El rey es un muchacho de 16 años cuando accede a la titularidad de la más poderosa potencia mundial de la época, inexperto, débil, piadoso, halagado y endiosado por el nuevo valido o primer ministro don Gaspar de Guzmán, Conde de Olivares, principal exponente de la influyente familia ahora encumbrada; y el famoso conde-duque, necesita prepararlo para tal grandeza, a la vez que debe conseguir presentarse ante el joven monarca como el hombre mejor dotado para educarle en las variadas artes de reinar.

Al igual que sus coetáneos del resto de Europa, el conde-duque de Olivares, acudió en  primer lugar a su propio y extenso grupo de parentesco, los Guzmán, los Haro y los Zúñiga, para afianzar su poder, recompensándoles con nombramientos en palacio, virreinatos y puestos en los reales consejos, aunque Olivares, tenía las manos limpias y puede decirse que sus gastos personales eran moderados para una persona de su categoría y posición, y ni sus aposentos en el palacio, ni su casa de retiro en Loeches, ostentaba los esplendores que rodeaban al Cardenal Richelieu en la corte francesa.

Entre los familiares más directos del conde-duque, están su hermana primogénita doña Francisca de Guzmán, casada con el Marqués de El Carpio don Diego López de Haro, único de los cuñados de Olivares en tener descendencia, y a quien rápidamente eleva en la corte, siendo nombrado gentilhombre de cámara del rey en Julio de 1621, y el hijo mayor de éste, don Luis Méndez de Haro, que sucedería con el tiempo a su tío, en el puesto de principal ministro de la corona, y que igualmente fue nombrado en 1622, gentilhombre de la boca. Con ellos Olivares creó un círculo de poder en torno a la persona del rey, que mantuvo eficazmente a los agrupamientos familiares rivales, los Sandoval y otros, a una distancia prudencial, y en cierta medida colocó al joven monarca, al margen de las críticas al privado, que pudieran haber amenazado su control del poder.

De inmediato, Olivares, altera la tranquila vida de doña Francisca y don Diego en su palacio-fortaleza de El Carpio, y les sumerge en el bullicio de la corte, que en cuanto pueden y por temporadas, los marqueses abandonan para volver a sus tierras carpeñas a descansar.

Las coplillas que se oían extramuros de los círculos el poder, no dejaban lugar a dudas:

"Monterrey es Grande ya, el del Carpio en la Cámara está; Don Gaspar es presidente; Las mujeres de esta gente nos gobiernan. ¡bueno va¡”.

Entre tanto, nos encontramos con un personaje, que en esa época frecuenta los círculos de ese poder, como es el entonces todavía joven y ambicioso escritor don Francisco de Quevedo y Villegas, gran amigo del duque de Osuna, y del anterior valido el duque de Lerma, cuya caída en desgracia arrastró al propio escritor, que fue apartado de la corte y recluido en sus posesiones de la Torre de Juan Abad, donde se encuentra cuando fallece Felipe III y nuevos aires soplan en la política de Madrid, destacando el afán de sanear la corrupta maquinaria administrativa del aparato anterior, en el que el duque de Osuna había jugado un papel preponderante. En ese momento la estrella política de Quevedo parecía haberse eclipsado.

Vuelve enseguida a Madrid, atraído por la brillante figura del conde-duque intentando recuperar un papel político perdido, y dedica al valido del nuevo rey Felipe IV una "Epístola satírica y censoria", donde la adulación y el servilismo se unen a una añoranza de los tiempos de los Austrias mayores. No cabe duda de que, por lo demás, Quevedo recurre a un género literario muy usual y bien recibido por el gran público de su época, para caricaturizar y poner en solfa muchos aspectos de personajes y situaciones, que ya en sus días, resultaban esperpénticos. La habilidad del escritor es manifiesta, pues consigue que el conde-duque, olvide las burlas que antes de su ascenso, había dedicado, en vida del difunto rey Felipe III, cuando con motivo de un viaje de Olivares a Burgos, acompañado de Lope de Vega, para traer a doña Isabel, la que sería futura esposa del entonces príncipe don Felipe -luego rey Felipe- diciendo:

"A la orilla de un marqués, sentado estaba un poeta, que andan con reyes y condes los que andaban con ovejas".

Tras una convalecencia en Villanueva de los Infantes, el ya entonces célebre escritor consigue ganarse la confianza del rey, tal vez por haber publicado un libelo satírico que con el título de "El Chitón de las Tarabillas", defendía la política monetaria del Conde-Duque, y Felipe IV le nombra secretario suyo, a título honorífico en Marzo de 1632.

Olivares comienza a desplegar su acción de gobierno y entre otras propuestas, realiza una de reforma del gobierno y de reducción de los dos tercios de los oficios municipales de Castilla, que encomienda a Baltasar Gilimón de la Mota, quien dictamina que se considerarían disponibles todos los oficios municipales. A dicha medida los ayuntamientos, sobre todo los de Andalucía, opusieron una férrea resistencia, utilizando a las Cortes del reino como frente de defensa. El alboroto de los ayuntamientos, se produjo en mal momento para el gobierno de la monarquía, que dependía de esos mismos ayuntamientos para la ratificación de los nuevos impuestos votados por los representantes de las ciudades en las Cortes, y oposición de las ciudades andaluzas, determinan al conde-duque de Olivares, a organizar, sin previo aviso, un viaje del rey por el sur de España en 1624, con la intención de buscar ayuda económica para las vacías arcas del Estado, pero sobre todo con el propósito de afianzar el poder del nuevo valido, don Gaspar de Guzmán, conde de Olivares, que así aprovecha la ocasión mostrar al rey sus méritos y riquezas. La meta del viaje es harto significativa: feudo de los Guzmanes, El Carpio, Sevilla, Doñana, Sanlúcar, El Puerto, Tarifa, Cádiz, Gibraltar, etc.

Salió el rey de Madrid el 8 de Febrero de 1624, dejando en la corte a su esposa, llegando a dormir en Aranjuez. La jornada real duró sesenta y nueve días, que representa la única ocasión en todo el siglo XVII, en la que un monarca visita las ciudades del Sur. Entre las personalidades que formaban parte de la real comitiva, estaban el Marques de El Carpio, y don Luis de Haro, su hijo, así como nuestro célebre escritor don Francisco de Quevedo, junto a lo más granado de la nobleza del país.

El día 13, después de haber oído misa, salió la comitiva para ir a dormir a la Torre de Juan Abad, posesión de Quevedo, quien nos narra con todo lujo de detalles el real viaje, en una carta que dirige a su amigo don Antonio Sancho Dávila y Toledo marqués de Velada y de San Román.

En la misma, Quevedo va contando a su amigo el marqués sus impresiones sobre el viaje y sobre los acompañantes del rey, con su característica ironía. Así a don Miguel de Cárdenas, alcalde de Casa y Corte, lo llama en la carta "El cometa  barbinegro", al caballerizo del rey, don Francisco Zapata, a quien se le conocía con el sobrenombre de "zapatilla" por su escasa estatura, le dedica un divertido juego de palabras en su carta:

 "(...) era cosa de ver a su Majestad, con dos caballerizos, el uno zapatilla, y el otro zapatón".

 No se olvida del jesuita padre Salazar, a quien en una coplilla posterior  censuraría por ser el inventor del papel sellado, aprobado mediante Real Pragmática, de esta forma:

"El arbitrista cruel del dozaro y de la sal, por acabar de hacer mal echó el sello en el papel".

 

El paso por las villas y ciudades, según manifiesta Quevedo es fugaz, y el tiempo fue de grandes lluvias durante el viaje, sin que el rey visitase apenas os monumentos de dichas ciudades. La comitiva llega a Andújar, y Quevedo nos indica por donde continúa el viaje, cuando narra que:

"De allí fue su majestad a dormir al Carpio, siete leguas grandes, donde a la entrada nuestro señor dio colocación, con una nieve de granizo que estorbó a cuatro compañías de soldados que estaban preparados para el recibimiento de su majestad. El Rey posó en el castillo y los más señores. Aquella noche hubo luminarias, a otro día, a las diez, se empezaron los toros y cañas, corriéronse 13 toros, hubo lanzada y rejones, las cañas se jugaron muy bien, fueron los que las jugaron 24 caballeros de Córdoba, los cuáles corrieron en acabándose los toros, salió su majestad a caballo juntamente con su hermano, el almirante de Castilla y conde de Olivares y fue a dormir a Adamuz.

Por la mañana tomó ceniza en el monasterio de San Francisco del Monte, y por la tarde estuvo cazando en territorios del Marqués del Carpio. Al día siguiente hizo su entrada en Córdoba, donde hubo recibimiento de soldados y se alojó en casa del Obispo (...)". Se refiere al día 22 de Febrero de 1624.

El viaje de Quevedo, integrado en el séquito del rey, no continúa hasta Córdoba sino que concluye justamente en El Carpio, según la carta que escribe al marqués de Velada, al que refiere su estancia en esta villa, en la que el escritor se aloja en una de las casas de la población, habilitadas por los marqueses para el séquito real, ya que el castillo queda reservado, como él mismo reconoce, para las más cercanas e influyentes personalidades que acompañan al monarca.

El escritor no es ajeno al ambiente que en la población se vive con motivo de la regia visita, y alude al celebre "refresco" con el que se conforma a la clase humilde, a base de pan, vino y queso, cuando el rey visita la villa, ni deja de referirse al nexo que unía a los Guzmanes y los Haro, que le parecía de una tremenda fortaleza. 

 

En efecto, la mayor de las hermanas de don Gaspar, doña Francisca, casada con don Diego, marques de El Carpio, era una autentica Guzmán, llena de irrefrenables ambiciones. No pudo hacer instrumento de ellas a su marido el marqués, pero logró la púrpura cardenalicia para su hijo don Enrique, al que su tío el conde-duque quería entrañablemente. A su otro hijo, don Luis, el que sucedió a su tío en la privanza, le ayudó poderosamente a subir, aunque don Luis era ascético  y muy equilibrado.

Era este 1624, una época en la que don Francisco de Quevedo busca la protección de Olivares, e incluso unos meses después, en julio del mismo año, le dirige una carta al conde-duque, dándoles amistosos consejos, y le dedica también su famosa "Epístola al Conde de Olivares", en verso, en la que le dice que espera de él, con entusiasmo, la salvación de España, y le compara con don Pelayo. Años después vendría el desencuentro entre Quevedo y Olivares, quien hacía 1639 está ya dedicando violentos sonetos contra el valido, que corrian de be boca en la corte, como el que dice:

"Toda España está en un tris, y a pique de dar un tras; ya monta el caballo mas, que monta el maravedí".

Ya había olvidado los tiempos en que se refería a su "docta autoridad" y a que la protección de Olivares y "su desvelo, nos quita a todos el miedo”. Su distanciamiento del valido es cada vez mayor, hasta que se cae en desgracia en ese mismo año de 1639, tras una etapa de ácidas críticas contra Olivares, a quien satiriza sus debilidades, como hace en "La hora de todos y la fortuna con seso". En realidad, Quevedo representa el caso típico del intelectual desilusionado por la política, que pasaba con ligereza lamentable desde la adulación a los personajes poderosos, a una mortal enemistad, y precisamente en el momento del viaje de Felipe IV y su ministro Olivares a El Carpio, Quevedo se encuentra en plena etapa de buscar la obtención del favor del conde-duque, para lo que no ahorró ningún esfuerzo, dado que las relaciones entre ambos, habían estado basadas en la mutua necesidad, por lo que tarde o temprano había de producirse la ruptura.

 

Comentarios

  1. Buenos dias y saludos a todas y todos los habitantes de El Carpio. Ruego a quién me pueda ayudar, estoy buscando información sobre mi tio que vivió y murió en El Carpio. En los años 1930 era pescadero y le llamaban "El Sardinero" su nombre: Antonio Pérez Pulido.
    Me han anunciador que está enterrado en el Cementerio de El Carpio. Gracias y salud!
    Francisco Luis Pérez Torres

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